El papa Francisco, por tercera vez, visitará Asís el próximo 20 de septiembre con motivo de los 30 años del “Encuentro interreligioso por la paz entre los pueblos”, inaugurado por Juan Pablo II.

En tiempos del terrorismo, del fundamentalismo y de la ‘tercera guerra mundial a pedazos’, podemos considerar, por lo menos, tres claves de lectura posibles para dar contexto, brevemente, a este gran evento:
August 05 2016 : Pope Francis greets faithful in Saint Mary of Angels Basilica in the Italian pilgrimage town of Assisi on the occasion of the VIII Centenary of the Pardon of Assisi.
El Papa Francisco, durante su visita a Asís por el Gran Perdón, 5 agosto 2016
   La necesidad de que las religiones sean fuentes de paz y no de división

En la tierra del San Francisco, 400 líderes religiosos y exponentes de la cultura están convocados para analizar el tema central: “Sed de paz. Religiones y culturas en diálogo”.

Se trata del mensaje de paz implícito en el “espíritu de Asís”, parafraseando a Juan Pablo II que clausuró el primer encuentro el 27 de octubre de 1986.

Entonces, los líderes religiosos, políticos y religiosos están interpelados para actuar y mitigar la sed de paz que tiene el mundo.

En todo esto, hay una secuencia funesta. La cultura occidental ya había sido marcada por el atentado de las Torres gemelas durante el 11 de septiembre 2001 en New York.

En ese entonces, Juan Pablo II se enfrentó con valentía a la guerra en Irak. Y respondió con la oración en Asís de 2002.

Pero, la herida abierta por la violencia ya desangraba la humanidad en otros escenarios en Oriente Medio, Asia y África.

Ahora, los atentados de París vuelven a traer el olor pútrido del odio al Occidente y no sólo allí.

La muerte reciente de padre Hamal en Francia, el primer sacerdote mártir en Europa, ya no es sólo una gota de sangre más en el amplio mar del odio fundamentalista.

Esa muerte producida en un lugar sagrado (una Iglesia), es la muestra de que la violación de lo que es sacro, se alimenta del odio liquido (superficial) en el que navegan inconscientes los jóvenes secuaces del ISIS o de otros grupos armados bajo la falsa bandera de la religión.

Así, en el escenario actual, la cultura del encuentro profesada por el papa Francisco se contrapone como agua dulce viva para neutralizar la fuente envenenada del totalitarismo del terror.

Precisamente, la ‘radicalización’ de los jóvenes musulmanes europeos se alimenta de la fuente sucia de ese odio.

Según algunos expertos, los foreign fighters adestrados en Siria o Irak para golpear en Europa, son jóvenes sin un verdadero pasado o convicción auténticamente religiosa.

Por ello, las religiones en dialogo y unidas por la paz deberán ser fuentes diáfanas para calmar la sed de sentido que tienen tantos jóvenes que necesitan llenar su vidas de esperanza, diálogo, dignidad, trabajo, estudio y respeto en la diversidad.

    El contexto moderno del terrorismo que usa la religión para fines expansionistas, económicos y políticos

ISIS Estado Islámico

Juan Pablo II en Asís apoyó el dialogo entre las religiones para que fueran fuentes de paz; antítesis de la teoría del conflicto de civilizaciones y de religiones que intenta polarizar el mundo.

Y a quienes le acusaron de falso pacifismo – en ese momento- , Juan Pablo II respondió: ‘Yo conozco suficientemente los horrores de la guerra”. Por eso, el papa santo confutó que no se trataba de “una guerra de religiones” en medio a la confusión que reinaba.

De esta manera, la historia da razón a Juan Pablo II: “no existen guerras santas”. Existen guerras y basta, la mayoría alimentadas por otros intereses ajenos a las religiones: acaparamiento de recursos, producción de armas, la industria de la alta tecnología militar y el circulo sin fin de la veneración al ‘dios dinero’.

De hecho, en el Islam, la práctica del kamikaze es anormal. El suicidio está prohibido en la mayoría de las religiones monoteístas, incluido el Islam. Se trata más bien de una práctica de muerte que alimenta el pánico bajo lógicas políticas, ultranacionalistas, económicas, expansionistas y hasta étnicas.

Lo hemos visto en los Balcanes, las invasiones de Irak y de Afganistán. El incendio del conflicto en Oriente Medio en la secuela de la desarmonía también entre palestinos e israelíes. Y prosiguen las guerras urbanas en Yemen, Siria, Libia, Nigeria.

Y ni hablar del preludio del terror nuclear – otra cara funesta de la guerra a pedazos- de un conflicto protagonizado por EE.UU, Corea del Norte, Rusia y en medio la U.E, incluida la desazón entre Pakistán e India. Todos los conflictos son contrarios a la defensa de la vida, y por tanto a la esencia misma de las religiones monoteístas.

“El mundo está en guerra”, pero la que estamos viviendo “no es una guerra de religión”, lo dijo el Pontífice latinoamericano al encontrarse con los periodistas que lo acompañaban en el avión con destino a Cracovia (27.07.2016).

    El horror de los inocentes en una guerra ‘llamada religiosa’ y que no lo es

Los inocentes caen primero. Es así que, Al Qaeda, ISIS, Boko Haram y otros grupos armados asesinan, mutilan y hieren ‘indiscriminadamente’ a sus enemigos tachándolos de ‘infieles’ (sionistas, cruzados o rebeldes contrarios al Islam) sin importar que sean civiles musulmanes. La matriz sunita del terrorismo considera ‘enemigo del Islam’ incluso a otros musulmanes.

Por ello, el encuentro en Asís pone a las religiones de cara al sufrimiento de los civiles desarmados y ante la urgencia de seguir en el camino de la reconciliación y la pacificación.

En este sentido, el símbolo más reciente de la injusticia de la guerra contra los inocentes es Omran, el niño sirio de cinco años, cuya imagen cubierto de polvo y sangre en una ambulancia, envuelve al mundo en una silente suplica al cielo. ¿Dónde está Dios? Y el silencio hace eco al dolor.

Seguramente, Dios no está en las ‘bombas inteligentes’ (si se pueden llamar así) que no ahorraron ni siquiera de la muerte al hermano de Omran, el pequeño Ali de 10 años, que murió en Aleppo por las heridas sufridas en el mismo bombardeo del 17 de agosto de 2016 al barrio Qaterji.

Pero, entonces, ante el dolor de los inocentes, queda una pregunta abierta: ¿Dónde están los hombres que creen en Dios para detener tanta injusticia?
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