“Vivir la comunión con Cristo es otra cosa que permanecer pasivos y alejados de la vida cotidiana, al contrario, nos introduce más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles un signo concreto de la misericordia y la atención de Cristo”.

Lo subrayó hoy el papa Francisco comentando, durante la Audiencia General en el Aula Pablo VI, el capítulo del Evangelio de San Mateo que describe el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
En ese pasaje, Jesús muestra su “compasión” frente a la multitud, avanza lo que ocurrirá en la última cena, y muestra a los fieles que lo quieren seguir un ejemplo de “servicio” frente a los demás, “señal visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en la soledad y la necesidad”.

En el Evangelio de San Mateo, Jesús “vio una gran multitud” que lo esperaba, “sintió compasión por ellos y curó a los enfermos”: “Así –dijo el papa- era Jesús. Siempre con la compasión”, “no tiene un corazón frío, es capaz de conmoverse”, e incluso aquel día en el que buscaba un momento de soledad tras la muerte de san Juan Bautista, viendo a la multitud que se sentía abandonada a su muerte, “se dedicó a la gente”.

“Su compasión no es un sentimiento vago, muestra sin embargo toda la fuerza de voluntad de estar cerca de nosotros y de salvarnos. Nos ama tanto, tanto y quiere estar cerca de nosotros”, explicó.

Al acercarse la tarde “Jesús se preocupa por dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas”, continuó el Papa.

“Como Dios había dado de comer con el maná el pueblo durante su camino en el desierto, así Jesús se preocupa de todos los que le siguen. Y quiere involucrar en esto a sus discípulos. Por eso les dice: “Denles de comer ustedes mismos”.

Y demostró que con los pocos panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por toda aquella gente. Un milagro de la fe, de la oración.

Así Jesús “partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud”.

El Señor –explicó Francisco- va al encuentro de las necesidades de los hombres, pero quiere hacer de cada uno de nosotros concretamente partícipes de su compasión”.

Cuando Jesús tomó cinco panes y cinco peces “levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, y se los dio”, y “como se ve –ha subrayado el Pontífice– son los mismos signos que Jesús ha realizado en la Última Cena; y son también los mismos que todo sacerdote realiza cuando celebra la Santa Eucaristía. La comunidad cristiana nace y renace continuamente de esta comunión eucarística”.

“Vivir la comunión con Cristo –subrayó el Papa– es por lo tanto otra cosa que permanecer pasivos y ajenos de la vida cotidiana, al contrario, siempre nos introduce más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles un signo concreto de la misericordia y de la atención de Cristo”.

“Mientras nos nutre de Cristo, la Eucaristía que celebramos también nos transforma poco a poco en cuerpo de Cristo y en alimento espiritual para nuestros hermanos”, afirmó.

“Jesús quiere alcanzar a todos, para llevar a todos el amor de Dios. Por esto hace de cada creyente servidor de la misericordia. Así Jesús ve a la gente –recordó el Papa–, siente compasión, multiplica los panes y lo mismo hace con la Eucaristía. Y nosotros creyentes que recibimos este pan somos impulsados por Jesús a llevar este servicio a los demás, con la misma compasión de Jesús. Este es el camino”.

La narración de la multiplicación de los panes y de los peces se concluye con la constatación de que “todos se han saciado”: “Cuando Jesús nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, jamás hace a mitad: ¡todo!”, dijo el Papa.

“Jesús llena nuestro corazón y nuestra vida de su amor, de su perdón, de su compasión”.

Francisco terminó la catequesis prosiguiendo un ciclo sobre el tema del Jubileo, la misericordia, invocando a Dios “para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de comunión en su propia familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos de pertenencia, un signo visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en la soledad y en la necesidad, para que descienda la comunión y la paz entre los hombres y la comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es vida para todos”.
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