“Nosotros estamos todavía luchando con las consecuencias de nuestro
pecado y todo, alrededor nuestro, lleva todavía el signo de nuestras
debilidades, de nuestras faltas, de nuestras cerrazones. Pero, al mismo
tiempo, sabemos de haber sido salvados por el Señor y ya se nos es dado
contemplar y pregustar en nosotros y en lo que nos rodea los signos de
la Resurrección, de la Pascua, que opera una nueva creación”, con estas
palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del último miércoles de febrero (día 23), el contenido de la esperanza cristiana.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de
Roma centró su reflexión en el capítulo 8 de la Carta de San Pablo a
los Romanos. En este pasaje, afirmó el Pontífice, “el Apóstol Pablo nos
recuerda que la creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en
nuestras manos, para que podamos entrar en relación con Él y podamos
reconocer la huella de su designio de amor, a cuya realización estamos
llamados todos a colaborar, día a día”. Pero cuando el ser humano se
deja llevar por el egoísmo, precisó el Papa, termina por destruir
incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas. Y así ha
sucedido también con la creación. “La experiencia trágica del pecado –
subrayó el Papa Francisco – nos dice que se ha roto la comunión con
Dios, hemos infringido la originaria comunión con todo aquello que nos
rodea y hemos terminado por corromper la creación, haciéndola así
esclava, sometida a nuestra caducidad”.
Pero el Señor, afirmó el Pontífice, no nos deja solos y también ante
este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación,
de salvación universal. “Es aquello lo que Pablo pone en evidencia con
alegría, invitándonos a poner atención a los gemidos de la entera
creación. Si ponemos atención, de hecho, alrededor nuestro todo clama:
clama la misma creación, clamamos nosotros los seres humanos y clama el
Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón”.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Muchas veces estamos tentados en pensar que la creación sea nuestra
propiedad, una posesión que podemos explotar a nuestro agrado y del cual
no debemos dar cuenta a nadie. En el pasaje de la Carta a los Romanos
(8,19-27) del cual hemos apenas escuchado una parte, el Apóstol Pablo
nos recuerda en cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha
puesto en nuestras manos, para que podamos entrar en relación con Él y
podamos reconocer la huella de su designio de amor, a cuya realización
estamos llamados todos a colaborar, día a día.
Pero cuando se deja llevar por el egoísmo, el ser humano termina por
destruir incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas. Y así
ha sucedido también con la creación. Pensemos en el agua. El agua es una
cosa bellísima y muy importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en
todo. Pero para explotar los minerales se contamina el agua, se ensucia
la creación y se destruye la creación. Este es sólo un ejemplo. Existen
otros. Con la experiencia trágica del pecado, rota la comunión con Dios,
hemos infringido la originaria comunión con todo aquello que nos rodea y
hemos terminado por corromper la creación, haciéndola así esclava,
sometida a nuestra caducidad. Y lamentablemente la consecuencia de todo
esto está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día. Cuando rompe la
comunión con Dios, el hombre pierde su propia belleza originaria y
termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo antes
hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo
triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo
humano explotando la creación, destruye.
Pero el Señor no nos deja solos y también ante este escenario
desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación
universal. Es aquello lo que Pablo pone en evidencia con alegría,
invitándonos a poner atención a los gemidos de la entera creación. Los
gemidos de la entera creación… Expresión fuerte. Si ponemos atención, de
hecho, alrededor nuestro todo clama: clama la misma creación, clamamos
nosotros los seres humanos y clama el Espíritu dentro de nosotros, en
nuestro corazón.
Ahora, estos clamores no son un lamento estéril, desconsolado, sino –
como precisa el Apóstol – son los gemidos de una parturiente; son los
gemidos de quien sufre, pero sabe que está por venir a la luz una nueva
vida. Y en nuestro caso es de verdad así. Nosotros estamos todavía
luchando con las consecuencias de nuestro pecado y todo, alrededor
nuestro, lleva todavía el signo de nuestras debilidades, de nuestras
faltas, de nuestras cerrazones. Pero, al mismo tiempo, sabemos de haber
sido salvados por el Señor y ya se nos es dado contemplar y pregustar en
nosotros y en lo que nos rodea los signos de la Resurrección, de la
Pascua, que opera una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano no vive fuera
del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que lo circunda los
signos del mal, del egoísmo y del pecado. Es solidario con quien sufre,
con quien llora, con quien es marginado, con quien se siente
desesperado… Pero, al mismo tiempo, el cristiano ha aprendido a leer
todo esto con los ojos de la Pascua, con los ojos del Cristo Resucitado.
Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la espera, el tiempo
de un deseo que va más allá del presente, el tiempo del cumplimiento. En
la esperanza sabemos que el Señor quiere sanar definitivamente con su
misericordia los corazones heridos y humillados y todo los que el hombre
ha deformado en su impiedad, y que de este modo Él regenerará un mundo
nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliada en su amor.
Cuantas veces nosotros cristianos estamos tentados por la desilusión,
por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil, o
quizás nos quedamos sin palabras y no sabemos ni siquiera que cosa
pedir, que cosa esperar… Pero todavía una vez más viene en nuestra ayuda
el Espíritu Santo, respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivo
el clamor y la espera de nuestro corazón. El Espíritu ve por nosotros
más allá de las apariencias negativas del presente y nos revela ya ahora
los cielos nuevos y la tierra nueva que el señor está preparando para
la humanidad. Gracias.
AgenciaSIC