Homilía en Casa Santa Marta

Por segundo día consecutivo la Liturgia nos hace reflexionar sobre el Libro de Jonás y sobre la misericordia de Dios que abre nuestros corazones y vence sobre todo. Esta es la lectura que da el Papa resumiendo en la homilía la historia del profeta, un “testarudo que quiere enseñar a Dios cómo hay que hacer las cosas”.
El último capítulo será narrado en la celebración de mañana, pero el caso lo conocemos. El Señor pide a Jonás que convierta a la ciudad de Nínive: la primera vez el profeta escapa rechazando hacerlo; la segunda vez lo hace y lo “consigue”, pero sin embargo, observa Francisco, queda “indignado”, “enfadado” ante el perdón que el Señor da a la población, que con corazón abierto se mostró arrepentida. Jonás era un “testarudo”, dice Francisco, “pero más que testarudo era un rígido”, “enfermo de rigidez”, tenía “el alma almidonada”.

“Los testarudos de alma, los rígidos, no entienden lo que es la misericordia de Dios. Son como Jonás: “Debemos predicar esto, que estos sean castigados porque han hecho mal y tienen que ir al infierno…”. Los rígidos no saben ensanchar el corazón como el Señor. Los rígidos son pusilánimes, con el pequeño corazón cerrado, apegados a la justicia desnuda. Y olvidan que la justicia de Dios se hizo carne en su Hijo, se hizo misericordia, se hizo perdón; que el corazón de Dios está siempre abierto al perdón”.

Y lo que olvidan los testarudos, añade Francisco, es precisamente que “la omnipotencia de Dios se deja ver, se manifiesta sobre todo en su misericordia y en el perdón”.

No es fácil comprender la misericordia de Dios, no es fácil. Hace falta mucha oración para comprenderla, porque es una gracia. Estamos acostumbrados al ‘me lo has hecho, te lo haré’; a esa justicia ‘has hecho, paga’. Pero Jesús ha pagado por nosotros y sigue pagando”.
Aleteia
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