San Eloy era despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus
manos; aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen
que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el
artista tiene en su mente.
Tanta destreza adquirió, que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto
luego y su nieto Clovis II después, lo tuvieron como propio en la corte
para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de
sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos
sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.
Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del
país galo no fue sólo su arte. Eso fue el punto de arranque. Luego fue
el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Un
hombre cabal. De espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre.
Piadoso en su soledad y coherente en la vida. Prudente en las palabras y
ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos
atiborrados de violencia.
El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el
hombre ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el
vecino conde de Bretaña, lo envió como legado y acertó en la elección
por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio
pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.
Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su
indignidad ante Dios —cosa que le dignificaban como hombre—, supo
compartir con los necesitados el dinero que recibía por su trabajo.
Patrocinó la abadía de Solignac, a sus expensas nacieron otras en el
Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.
No es sorprendente que al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el
pueblo tuviera sensibilidad para desear el desempeño de esa misión a
Eloy y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su
influencia al servicio de esa causa.
Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación
consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los
empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida.
Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el
trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de
gobierno y su esfuerzo en la superación de las dificultades para
extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban
raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el
concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.
Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no
se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido
adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y
herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas
que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes
que no perecen.
Artículo publicado originalmente por Santopedia
Aleteia