San Claudio de La Colombière
La devoción al Sagrado Corazón le debe mucho a este jesuita

La devoción al Sagrado Corazón, ampliamente extendida hoy por todo el mundo, le debe mucho a San Claudio de la Colombiere.

Este sacerdote jesuita fue el primero que creyó en las revelaciones místicas recibidas por santa Margarita en el convento de Paray le Monial, Francia, y se dedicó en cuerpo y alma a propagarlas.

Claudio nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641, en una familia piadosa y de buena posición.

Es curioso: no le gustaba nada la vida religiosa, pero se sintió llamado y fue admitido en la Compañía de Jesús.

Estudió filosofía y se puso a enseñar gramática y humanidades. En 1673, fue nombrado predicador del colegio de Aviñón. Allí ofrecía unos bonitos y sólidos sermones.

Durante un mes de ejercicios espirituales muy provechoso para él, se sintió llamado a consagrarse al Sagrado Corazón.

El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto de fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores detalles.

Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y eso le inspiró un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí mismo.

Como escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece a vivir en Ti y sólo para Ti, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en particular".

Poco después de su profesión solemne en 1675, el sacerdote fue nombrado superior del colegio de Paray-le-Monial.

Allí conoció a Margarita María Alacoque, una religiosa estaba pasando una época difícil.

Ella creía haber recibido unas revelaciones del Sagrado Corazón, pero sus superiores pensaban que eran tentaciones del maligno.

Claudio la ayudó mucho. “El padre me enseñó a apreciar los dones de Dios y a recibir Sus comunicaciones con fe y humildad", escribió Margarita.

Además, el sacerdote se dedicó a difundir la devoción al Sagrado Corazón, que veía como una manera de combatir el jansenismo.

Más tarde, el santo fue enviado a Londres como predicador de la Duquesa de York. Realizó un gran apostolado y convirtió a muchos protestantes.

Allí le acusaron de estar implicado en un complot para asesinar al rey Carlos II y destruir la Iglesia de Inglaterra. La intervención de Luis XIV evitó que muriera mártir, pero fue desterrado.

La cárcel debilitó su salud y volvió a Francia con una grave enfermedad de los riñones. Murió en Paray el 15 de febrero de 1682. Al día siguiente santa Margarita María recibió un aviso del cielo que le confirmó que él estaba en Dios.

El padre La Colombiére fue beatificado en 1929 y san Juan Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia católica celebra su fiesta en todo el mundo el día 15 de febrero.

Una de las oraciones que escribió es el Ofrecimiento al Corazón de Jesucristo:

Adorable y amable Corazón de Jesús,
en reparación de tantos pecados e ingratitudes
 y para evitar que yo caiga en tal desgracia,
te ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz
y me entrego todo a Ti.
Con la mayor sinceridad (al menos así lo espero)
desde este momento deseo olvidarme de mí mismo
y de cuanto pueda tener relación conmigo,
para eliminar todo obstáculo que pueda impedirme
entrar en tu Corazón divino que has tenido la bondad de abrirme
y en el que ansío entrar junto con tus servidores más fieles,
para vivir y morir invadido e inflamado por tu amor...

Sagrado Corazón de Jesús,
enséñame a olvidarme enteramente de mí,
ya que éste es el único camino para entrar en Ti.
Y puesto que cuanto haré en adelante será tuyo,
haz que no realice nunca nada que no sea digno de Ti.

Enséñame qué debo hacer para llegar a la pureza de tu amor,
del que me has infundido tan gran deseo.
Experimento una gran voluntad de complacerte,
pero al mismo tiempo me veo en la imposibilidad de realizarlo
sin tu luz especial y tu ayuda.
Cumple en mí tu voluntad incluso contra mi querer.
A Ti corresponde, Corazón divino de Jesús, cumplirlo todo en mí;
y de este modo, si llego a santo, tuya será la gloria de mi santificación.
Para mí esto es más claro que la luz del día,
pero para Ti será una magnífica gloria.
Sólo para esto deseo la perfección. Amén.
Aleteia
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