Estoy construyendo para la eternidad, eso es lo que cuenta

Muchas veces me debato en búsqueda de la decisión correcta. La elección entre dos bienes igual de valiosos. Se mezclan emociones, miedos, deseos, sueños, frustraciones. No sé si siempre elijo bien.

Miro a María decir que sí a Dios. Con sencillez. Venciendo sus miedos tan humanos. Poniéndose en camino hacia el abrazo de Dios. Ese sí sencillo de Nazaret. Ese sí repetido tantas veces por Ella en medio de la noche. Especialmente su sí al pie de la cruz. ¡Qué difícil abrazar a Jesús muerto!

¿Qué debo elegir? Entre dos bienes. ¿Qué elijo? Ante las insistencias de los hombres. Cuando me quieren convencer de los pasos que tengo que dar. ¿Cómo saber lo que Dios quiere?
Grito: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. Parece tan sencillo y no lo es. La luz de su rostro que ilumine mis pasos y me permita saber lo que Él quiere. ¿Será siempre la decisión correcta? No lo creo. Quizás no importa tanto como a veces pienso.

Me obsesiono con la decisión imposible. La elección entre dos bandos. Entre dos mundos. Entre la oscuridad y la luz. La mayoría de las veces es el claroscuro lo que palpo con mis manos.

Yo quisiera no pecar. Quisiera elegir siempre lo que me da paz y poder rezar: “En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.

Pero a veces vivo turbado, con miedo a equivocarme, ansioso, con angustia. “¿Qué quieres de mí, Jesús?”. Me da miedo equivocarme. Miro a Jesús en medio de mi noche. Le busco.

El otro día vi una película que me ha acompañado estos días: Pablo de Tarso.

Lucas lo visita en la cárcel de Roma tratando de recoger por escrito las certezas de su vida. La certeza de ese encuentro con Jesús que lo cambió para siempre. De Saulo el perseguidor. A Pablo el converso.

Es la certeza que necesita esa comunidad cristiana de Roma amenazada de muerte en tiempos de Nerón. No buscan a Pablo. Buscan a ese Dios en el que cree Pablo.

Es la certeza de mi vida también. Ese Jesús que me llamó en mi camino propio a Damasco, o a Emaús. Me buscó y me dijo que me quería. Como a Pablo. Gritó mi nombre. Me llamó.

Ante esa certeza muchas cosas dejan de ser tan importantes. Y es entonces más fácil optar por Dios. Seguir sus pasos. Aunque no siempre sean fáciles las decisiones.

La película muestra el ambiente de Roma. Los cristianos son perseguidos. Sus casas quemadas. Se esconden con las puertas cerradas como los discípulos por miedo a ser descubiertos. Tienen miedo a morir.

Pero cuando les toca enfrentar la muerte, confían y mueren mártires. Es esta la semilla de nuevos cristianos.

Las palabras de Pablo dan esperanza a los vivos. Tengo claro que estoy construyendo para la eternidad. Eso es lo que cuenta.

En un momento de la película, Lucas, para salvar a la hija enferma de un romano, necesita sus medicinas.

Sabe que poner en conocimiento de este hombre el paradero de los cristianos escondidos es un riesgo excesivo. Sus medicinas están allí. Él corre el riesgo para salvar a la hija de un pagano.

Eso sólo lo puede hacer un cristiano. Un amor que supera lo razonable, lo prudente, lo justo, lo exigible. Un amor que no tiene límites. El testimonio de un amor así es el que convence y enamora.

El amor egoísta lo conozco muy bien. Es el amor del que ama porque espera recibir amor a cambio. Mi amor pobre y mezquino lo toco cada día. Sé muy bien los límites que palpo a menudo con mis dedos.

Conozco el miedo que tengo a no hacer las cosas bien y a fallar. El miedo al rechazo. El miedo a ser herido si amo con toda el alma y lo arriesgo todo por un amor aparentemente inútil. ¿Merece la pena arriesgarlo todo así?
Decía el padre José Kentenich: “¿Qué quiere Dios? Les digo con toda sencillez, y no sé si me creerán, que en mi vida jamás supe de ambición. Si yo hubiera sido ambicioso, jamás me habría atrevido a aspirar a esa meta. Porque uno se arriesga a algo así sólo cuando está muy desasido de uno mismo, y sólo se dice una cosa: – El ángel del Señor anunció a María”[1].

Puedo arriesgarlo todo cuando estoy desasido de mí mismo. Cuando me he desprendido de mi ambición, de mi avaricia, de mis pretensiones, de mis planes.

Un amor así me conmueve. Es el amor de Jesús desde la cruz. El amor de Pablo desde la cárcel antes de morir. El amor de los mártires enfrentando la muerte. O el amor de Lucas arriesgándolo todo por salvar a una niña desconocida, pagana.

El amor por un extraño. No por un próximo. No por alguien que ha dado su vida por mí. Un amor así de grande viene de Dios. Me conmueve. Quiero elegir movido por el amor. Quiero elegir bien.

El Padre Kentenich arriesgó mucho siempre. Comenta: O si pienso en una segunda frase: Es tremendo lo que usted ha arriesgado en su vida. Y ciertamente fue así. De hecho, arriesgué muchísimo. ¿Por qué arriesgué tanto? Porque estuve tan profundamente arraigado en el otro mundo. Realmente en el otro mundo con los criterios del otro mundo. Arriesgué muchísimo. Porque mi alma se identificó más y más con Dios[2]

Puedo arriesgarlo todo cuando no tengo mis seguridades puestas en la tierra, sino en el cielo. Cuando me he negado a mí mismo para seguir a Jesús. Entonces me siento más libre para responder sin ataduras a sus más leves deseos.

Pero no es tan fácil vivir así de entregado a Dios. Así de libre. Me ato a menudo a mis deseos y busco lo que pienso que me hará feliz.

Tomo mis decisiones condicionado. O no sé bien qué decidir y voy dando rodeos. Y no asumo las decisiones como vienen. No sé decir sí o no. Simplemente espero a que pase la vida. O el tiempo. O sea ya muy tarde para decidir.

Me gustaría saber decir que sí como María. Aprender a elegir lo que Dios quiere. Lo que Él desea. Pido esa luz que me muestre el camino.

No creo que deje de pecar nunca. Jesús me regala su misericordia y eso me da esperanza. Quiero buscar sus más leves insinuaciones. En lo que me sucede. En las personas que me preguntan. En lo que me va mostrando Dios en mis pasos.

Aunque decidir suponga arriesgar. No importa. Lo asumo. Lo arriesgo.

[1] J. Kentenich, Conferencias de Sion, 1965
[2] J. Kentenich, Retiro a los Padres de Schoenstatt 1966
Carlos Padilla
Aleteia

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