Quiero pertenecer a una comunidad, a un grupo, pero sin perder lo que me diferencia de ellos

El otro día me contaron la historia de unas ovejas. Al escucharla entendí muchas cosas. Sabía que las ovejas eran dóciles y con poca iniciativa. Pero al escuchar la historia me quedó más clara esa afirmación de Jesús: “Sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor”.

La historia sucedió este invierno. El dueño de un rebaño de ovejas muy numeroso vio con estupor la suerte que corrían cientos de sus ovejas.

Llovió mucho y el río se desbordó formando dos cauces y dejando en el centro a trescientas ovejas en una zona algo más elevada.

En ese lugar estaban a salvo todas sus ovejas. Aisladas pero a salvo. Por ambos lados corría la corriente del río y no podían cruzar.

Pero el pastor estaba lejos y no podía cuidar de ellas en esa situación difícil. Les bastaba con permanecer allí quietas hasta que el agua bajara y pudieran cruzar el vado. Sólo eso. No moverse.

Pero lamentablemente una de ellas tomó una decisión audaz. Se tiró al agua pretendiendo cruzar la corriente. Ese fue su deseo. Pero todo fue en vano.

La corriente era muy fuerte y se la llevó. Estaba claro que una oveja no tenía fuerzas para nadar y hacer frente a la fuerza de las aguas. Ese salto audaz no se pudo evitar. Era una posibilidad.

El pastor esperaba que no se lanzara. Lo hizo. La oveja perdió la vida. Pero lo que más le sorprendió al dueño de las ovejas fue lo que ocurrió después. Siguiendo a la primera oveja audaz fueron saltando todas las ovejas, una tras otra.

Las trescientas ovejas se precipitaron en el agua y fueron arrastradas por la corriente sin poder oponer resistencia. Estaban perdidas como ovejas sin pastor. 

Y ninguna de ellas consideró una solución alternativa a la opción de saltar. No tomaron en cuenta la suerte que corrían las que precedían sus pasos. Ninguna puso fin a esa locura. Todas, sin excepción, se lanzaron al río.

Esto no me habla de audacia. Me habla más bien de estupidez. La primera lo intentó, era la primera. Quizás tuviera suerte y pudiera cruzar. Pero el resto de las ovejas no pensó nada. Simplemente imitó un gesto. Y siguió adelante.

Pienso que yo puedo tener esa misma reacción. Cuando vivo como oveja sin pastor y no sé cómo actuar si no es siguiendo los pasos del que va delante.

No reflexiono, no me cuestiono las cosas. Tantas veces me masifico en mis juicios. Pienso como piensan otros. Sigo al que ha pensado antes que yo. Opino como el que ha opinado antes de que yo lo haga. Y sin pensar, sin reflexionar, me precipito en el abismo.

Me siento como oveja cuando adopto los juicios del mundo que me presiona para que decida, para que no desentone, para que no sea demasiado original.

Me siento así cuando actúo como muchos lo hacen antes que yo. No cuestiono si está bien o mal lo que estoy haciendo.

Quizás me mueve una fuerza interior que me incita a imitar los mismos gestos para pasar desapercibido, para no llamar en exceso la atención.

Sigo al que va delante. Sigo al que para mí representa un cierto liderazgo en algún aspecto importante.

¿A qué líderes sigo? Enumero a las personas que más influyen en mi forma de pensar y actuar. ¿Son dignas de mi confianza? ¿Merece la pena seguirlos?
Pienso en los que van moldeando mis juicios y puntos de vista. El liderazgo se lo doy yo a las personas. Elijo a quien quiero.

¡Cuántos jóvenes hoy viven mirando vídeos de youtuber! Siguen su forma de pensar y actuar. Sus opiniones se van grabando en su alma. Se dejan llevar por alguien. Visten como los otros.

El seguimiento nunca puede ser sin reflexión. No quiero seguir lo que otros dicen o piensan sin una previa reflexión personal. Quiero ser fiel a mí mismo. A mi originalidad. Ser auténtico, ser yo.

A veces busco fuera de mí lo que llevo dentro. Y no me fío de mi propio juicio y percepción de la realidad. Quiero pertenecer a una comunidad, a un grupo, pero sin perder lo que me diferencia de ellos. 

Escribe el padre José Kentenich: “Libertad para la originalidad personal”[1]. La originalidad siempre es importante. No se puede negociar. Soy fiel a mí mismo dentro de una comunidad. Sabiendo de los riesgos que supone: La comunidad encierra siempre en sí un peligro de masificación[2].

Mantengo mi identidad. Sé quién soy. Y soy capaz de decidirme por lo que yo creo importante. Quiero ser fiel a mí mismo. Formo parte de un todo pero me diferencio. Tengo opiniones propias.

Soy capaz de hablar con franqueza. No me importa no estar de acuerdo con lo que piensa la mayoría. Miro en mi interior y busco mi verdad. Y actúo movido por ella. Soy fiel a mí mismo.

Las ovejas una tras otra se ahogaron en el río. No supieron pararse antes de caer al agua. Masificadas siguieron un mismo sendero que las llevaba a la muerte.

Me impresiona esa historia. No quiero que me suceda a mí. ¿Sé lo que yo quiero? ¿Soy capaz de formarme un juicio sobre la vida? ¿Estoy dispuesto a que me juzguen al ver mi forma original de ser y actuar?

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963
[2] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963
Carlos Padilla
Aleteia

    Web oficial de San Juan de Ávila

    Sobre San Juan de Ávila